lunes 31 de marzo de 2025 - Edición Nº4594

Provinciales

14 enfermeras de Malvinas se reencontraron en Mendoza

25 mar 2025 | Se trata de la primera promoción femenina de enfermeras del Ejército. Tenían 20 años, la edad de los soldados, cuando enfrentaron el horror



Graciela Escudero tiene 64 años, pero en su memoria sigue intacta la imagen de aquella joven de 21 que, vestida de blanco, recorría los pasillos del Hospital Militar de Campo de Mayo en 1982. La guerra de Malvinas la encontró allí, en la primera línea de batalla que no empuñaba armas, sino vendas, analgésicos y palabras de consuelo. Para ella, como para sus compañeras enfermeras, la guerra no fue una historia lejana: la vivieron en carne propia, en cada herida que curaron, en cada grito de dolor que intentaron mitigar, en cada mirada perdida de un soldado que nunca volvió a ser el mismo.

Cuarenta y tres años después, el reencuentro en Mendoza es un bálsamo para esas almas marcadas por la historia. Son 14 enfermeras que, más allá del uniforme, se convirtieron en hermanas de una causa tan noble como cruel. Todas egresadas de la primera promoción del Cuerpo Auxiliar Femenino del Ejército Argentino, todas con recuerdos imborrables que las unen para siempre.

Graciela recuerda que, durante la etapa de formación en la escuela de enfermería del Ejército, los cursantes con permiso de franco podían retirarse a sus domicilios.

“Pero mi casa estaba muy distante y en la semana me alojaba en la casa de alguna compañera que vivía por la zona. Sus familias me brindaban su cariño y contención y así comenzó una amistad que perduró a través del tiempo”, repasa. Y así nacieron los vínculos.

Entre la juventud y el horror de la guerra de Malvinas

Cuando la guerra comenzó, ellas tenían la misma edad que los soldados que atendían. Eran apenas jóvenes mujeres que, en lugar de disfrutar su juventud, se enfrentaron a lo más crudo del sufrimiento humano. Liliana Insaurralde aún siente en la piel el frío de aquellas noches interminables en Traumatología. “Los gritos de dolor nunca se van”, confiesa, en diálogo con Diario UNO.

“Eran desgarradores. El sufrimiento de esos soldados me quedó grabado porque tenían mi edad. Crecieron de golpe y yo también. Me convertí en una mujer fuerte de un día para el otro, sin elección”, repasa.

En el Hospital Militar Campo de Mayo, el horror no daba tregua. Graciela fue destinada al sector de Epidemiología, muy cerca de los pabellones psiquiátricos. “Era devastador ver cómo la guerra les había robado la vida, incluso a quienes sobrevivieron”, relata. “Salían del hospital y, una y otra vez, volvían a ser internados. La guerra los había atrapado para siempre”.

"Nos tocó lo peor, malheridos, mutilados y enfermos de todo tipo", dijo Liliana, otra de las enfermeras retiradas que hoy evocan la guerra de Malvinas.

“Llegaban enfermos con tuberculosis, sarampión y meningitis. Solo en esos últimos casos nos cubríamos con barbijos. Creo que, de algún modo, haber sido tan joven me ayudó. La inocencia me ayudó”, remarca hoy.

“Con 20 años no dimensionaba lo que estaba viviendo, pero me quedan para siempre grabadas en la memoria las noches de turno en Traumatología, la penumbra de la sala y los gritos de dolor”, evoca. Y agradece que algunos de esos veteranos de guerra destacan su labor.

No solo atendían heridas visibles. También debían lidiar con enfermedades que se propagaban todos los días. Pero lo peor era el daño invisible, el que se llevaba el alma de los soldados, dejándolos atrapados en un campo de batalla que nunca abandonaron del todo.

La hermandad nació en los pasillos del hospital de Campo de Mayo

La guerra marcó sus destinos, pero también las unió. Desde hace tres años, estas veteranas de la vida y de la guerra eligen un destino para reencontrarse. Esta vez, Mendoza las recibió con los brazos abiertos.

“Nos quedamos maravilladas”, dice Graciela. “Los paisajes, la gente, la montaña… todo nos llenó el alma”. Liliana agrega con emoción: “Sentimos que nos dieron un gran recibimiento”.

Tras la guerra, cada una siguió su rumbo. Graciela, por ejemplo, recorrió Haití, la Antártida y el mar a bordo del ARA Bahía Paraíso, el mismo buque que rescató a los marinos del hundido General Belgrano. “Escuchar sus historias fue impresionante”, recuerda.

El tiempo pasó, pero el reconocimiento tardó en llegar. Durante muchos años, su labor como enfermeras fue invisible. Ellas, al igual que los soldados, quedaron sumidas en el olvido.

Tiempo después, con la tecnología, las redes sociales les devolvieron la posibilidad de reencontrarse con aquellos a quienes atendieron, con quienes compartieron noches de desvelo y miedo.

La guerra, la valentía, el coraje y el reencuentro

El viaje a Mendoza no fue solo un paseo. Fue un homenaje, una forma de sanar heridas que nunca cierran del todo. “Mi padre tiene 87 años y dice estar orgulloso de mí”, dice Graciela. Y enseguida, agrega: “Pero en realidad, todos debemos estar orgullosos de ellos. De los que volvieron y de los que no. Porque la guerra nunca deja ganadores. Solo deja memoria”.

Las 14 enfermeras que visitaron Mendoza no son solo testigos de la historia: son parte de ella. Su labor silenciosa salvó vidas, su entrega dejó una huella que no se olvida. Y hoy, en cada recuerdo que vuelve a tomar forma en sus charlas, ratifican que, pese al dolor, la memoria sigue viva. Y que su hermandad es, quizás, el único consuelo que la guerra les dejó.

Quiénes son las enfermeras de Malvinas que viajaron a Mendoza

Además de Graciela Escudero y Liliana Insaurralde, visitaron la provincia Claudia Bustos, Liliana Gómez, Silvia Herrera, Gladys Itchart, Sofía Malerva y Lidia Olmos.

También Marcela Renzetti, Lidia Vallejos, Susana Zamora, Mara Díaz y Noemí Julio. Esta última enfermera fue quien, precisamente, ayudó a curarse a Renato Ruiz, un ex combatiente que vive en Mendoza y con quien entabló, muchos años después, una gran amistad.

Fuente: DIARIO UNO

 

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